Punta del Diablo
El dedo pétreo de la PUNTA DEL DIABLO, se hunde fino y elegante entre las aguas verde-azuladas de la mar y desde el Cerro Rivero la vista es esplendorosa.
La bahía, mansa, descuelga el vaivén de las olas, festoneadas de espuma blanca, que llegan tímidamente a morir en la arena de la costa... En las zonas rocosas trepan, pulen se deshacen y vuelven, mueren y renacen... una y mil veces, en un juego repetido y ancestral. El multicolor despliegue de casas, ranchos y cabañas cuelga del Cerro, en un caótico muestrario de inventiva y posibilidades. Techos de paja, grises de tiempo, se mezclan con tejas, fibrocemento, cinc o cartón. Los tonos verdes, celestes, marrones, naranjas y rojos se trepan a los techos y contrastan con las paredes encaladas o pintadas de colores pastel.
Sobre la arena de las dunas que asoma entre el caserío, manchas de vivo color verde se levantan, en los montes de acacias y pinos... Algunas callejuelas se insinúan, culebreando entre las construcciones que suben y bajan la ladera del cerro... Unas pocas lanchas pescadoras reposan sobre la arena, nostálgicas, aguardando el instante de volver a deslizarse, marineras, sobre la superficie nerviosa del mar... El viento sopla del norte, y su brisa fresca mitiga el calor que anuncia el sol del verano, en un cielo totalmente despejado.
El canto áspero de alguna gaviota, sobrevolando las nerviosas olas, contrasta con el gorjeo de las veloces golondrinas y el chirriar de las cigarras en sus refugios del monte... La brisa goza, peinando los esbeltos capices y los altos pastos y colas de zorro y se desliza por las hondonadas rozando las copas de las acacias que han nacido al abrigo de las dunas.
La costa comienza a poblarse de caminantes y adoradores del sol; algunos optimistas ensayan la pesca desde las rocas... El día, esplendoroso, hace un marco adecuado a la belleza del paisaje... Y allá abajo, PUNTA DEL DIABLO, polémica y mágica, sigue conquistando enamorados.